Yo nunca había entrado en
un crucero pero al estar en el puerto de Barcelona y contemplar a varias
decenas de metros aquel enorme barco con sus dibujos veraniegos y el logotipo
de la empresa, quedé fascinado. No me podía imaginar lo grande que era, pero
eso no acababa allí.
Una vez dentro del barco
todo cambió, ya no parecía un barco como tal, sino un hotel. Justo al entrar me
encontré con una recepción lujosa, con una fuente de luces central que presidia
esta sala redonda con dos respectivas salidas que la atravesaban horizontalmente.
Cuando conseguí encontrar
mi camarote, después de recorrer unos largos y liosos pasillos a causa de mi
desorientación, me puse junto a la pequeña ventana para contemplar las vistas
al inmenso mar.
Según el “diario de a
bordo”, que es un folio con los horarios de las actividades, mi turno de cena
era el primero. Así que fui para el restaurante.
Justo delante del restaurante
me encontré de frente con una pequeña pero acogedora biblioteca. En la
biblioteca había varios sillones aparentemente confortables y tres mesas cada
una con un juego de mesa diferente.
Una vez dentro del
restaurante pude contemplar la perfecta simetría que tenía el lado izquierdo
con el derecho y viceversa. Parecía un puzle en el cual encajaban el mayor
número de mesas en el espacio disponible. Y en el centro presidian dos barras
con los platos a escoger, ya que era un bufet.
El resto del barco eran o
bien amplios salones donde poder disfrutar de una bebida mientras contemplabas
el atardecer o bien en la cubierta superior las piscinas y los jacuzzis donde
disfrutar de un relajante baño después de un duro día de excursiones por las
diferentes ciudades que recorría el barco.
En fin, desde mi experiencia,
recomiendo a todo quien quiera y pueda que prueben la experiencia que es
navegar en un hotel flotante.

¡Muy buena descripción, lástima que no hayas contado nada del itinerario! Esto promete.
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