Salimos temprano hacia nuestro destino. Era de madrugada
y el sol se asomaba entre las montañas, por lo que el cielo se teñía de un
color rojizo, que se iba aclarando a medida que ganaba altura. Era principios
de otoño, y a esas horas, todavía hacía un poco de frío. Yo era pequeña, y no
sabía exactamente adónde íbamos, pero me prometieron que sería fantástico, y con
eso yo tenía más que suficiente como para estar más ilusionada que cualquiera.
Cargamos las maletas en el coche, nos acomodamos para nuestro viaje, que tenía
pinta de ser largo, y arrancamos. Después de unas doce horas preguntándome qué
sitio sería ese tan alucinante al que íbamos, llegamos a nuestro destino. Y
efectivamente, era el sitio más alucinante que una niña de cuatro años podría
imaginar jamás, el hogar de sus dibujos preferidos: Disneyland París. Todo era
como estar dentro de la televisión. Las casas estaban pintadas con colores
vivos, con trazos como si fueran sacadas de una hoja de papel. Y cuando
llegabas al centro, delante de ti se levantaba un castillo enorme, de un color
rosa princesa, con torres altísimas y un lago precioso que se extendía justo
enfrente. Si por mí hubiera sido, me habría quedado a vivir en aquel castillo
para siempre. Después de tres días viviendo entre mis personajes favoritos de
Disney, regresamos a casa. Y sí, mis padres tenían razón, aunque no supiera adónde íbamos, ese sitio fue fantástico.
▼
domingo, 30 de septiembre de 2012
Relato de un viaje
Salimos temprano hacia nuestro destino. Era de madrugada
y el sol se asomaba entre las montañas, por lo que el cielo se teñía de un
color rojizo, que se iba aclarando a medida que ganaba altura. Era principios
de otoño, y a esas horas, todavía hacía un poco de frío. Yo era pequeña, y no
sabía exactamente adónde íbamos, pero me prometieron que sería fantástico, y con
eso yo tenía más que suficiente como para estar más ilusionada que cualquiera.
Cargamos las maletas en el coche, nos acomodamos para nuestro viaje, que tenía
pinta de ser largo, y arrancamos. Después de unas doce horas preguntándome qué
sitio sería ese tan alucinante al que íbamos, llegamos a nuestro destino. Y
efectivamente, era el sitio más alucinante que una niña de cuatro años podría
imaginar jamás, el hogar de sus dibujos preferidos: Disneyland París. Todo era
como estar dentro de la televisión. Las casas estaban pintadas con colores
vivos, con trazos como si fueran sacadas de una hoja de papel. Y cuando
llegabas al centro, delante de ti se levantaba un castillo enorme, de un color
rosa princesa, con torres altísimas y un lago precioso que se extendía justo
enfrente. Si por mí hubiera sido, me habría quedado a vivir en aquel castillo
para siempre. Después de tres días viviendo entre mis personajes favoritos de
Disney, regresamos a casa. Y sí, mis padres tenían razón, aunque no supiera adónde íbamos, ese sitio fue fantástico.
¡Muy buena redacción, Alba!
ResponderEliminar