miércoles, 6 de marzo de 2013

Actividad 9

Como cada año fui a la heredad a matar el cerdo y ponerlo a salar. Mi mujer no pudo venir porque no se encuentra bien.
 Una vez muerto y salado el puerco, se lo enseñé a Bruno, Buffalmacco y al cura. Al verlo tan grande y hermoso me propusieron venderlo, gastarnos el dinero y decirle a mi mujer que me lo habían robado. Yo me negué en rotundo.
Bruno y Buffalmacco me llevaron a la taberna, bebí más de la cuenta y no supe lo ocurrió a mí alrededor. Cuando me levanté el cerdo había desaparecido y pensé que me lo habían robado.
Los que creía mis amigos, me convencieron que podían averiguar quién lo había robado. Según me contaron, repartirían unas píldoras de jengibre con vino pardo y aquel que hubiese cometido el robo, no podría tragárselas porque le resultarían muy amargas y las escupiría. A mí también me incluyeron en el grupo. No me pude tragar ninguna de las dos que me dieron y, con ello, pareció que yo me había robado a mí mismo el cerdo.
Bruno y Buffalmacco se fueron y antes les tuve que dar dos pares de capones para evitar que le contasen a mi mujer lo que parecía, es decir, que me había robado a mí mismo.
Triste y habiendo hecho el ridículo más espantoso se lo conté a mi mujer explicándole entre sollozos que estaba convencido que Bruno y Buffalmacco me habían robado el puerco.

1 comentario:

  1. Salvo errores menores, el punto de vista está bien tratado. Has hecho una buena síntesis.

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