miércoles, 6 de marzo de 2013

El cerdo de Calandrino

Era diciembre y como todos los años me dirigí a matar el cerdo, mi esposa estaba indispuesta por lo que fui solo. De pronto me encontré, ya matado el cerdo, con Bruno y Buffalmacco, me propusieron vender el cerdo y gastarnos el dinero pero me negué rotundamente aunque insistieron mucho. Ellos se enfadaron pero por la tarde se disculparon y me llevaron a una taberna. Me sentí confuso, pero a medida que se sucedían las copas me fui emborrachando hasta que como pude me fui a mi casa a dormir.
Cuando me desperté, mi gordo y preciado gorrino había desaparecido. Lloré y grité desconsolado. Cuando llegaron mis amigos Bruno y Buffalmacco me acusaron de haber vendido el puerco y que les estaba mintiendo. Me encontraba realmente mal y les aseguré que yo no lo había hecho. Desconfiaron mucho pero finalmente accedieron amablemente a ayudarme a encontrar el ladrón.
Nos reunimos todos los vecinos entre los que se encontraría el ladrón. Nos repartieron unas píldoras de jengibre, quien la escupiera sería el culpable, pues, al saberle más amarga que el veneno, la escupirá. Todos estuvimos de acuerdo y se empezaron a repartir las píldoras. Al llegar mi turno, y sigo sin saber el porqué, noté un sabor amargo y asqueroso por lo que la escupí. Para asegurarse me dieron otra, y la segunda pastilla pasó lo mismo, tenía un sabor horrible. Todos tenían miradas incriminatorias y yo estaba avergonzado y triste.
Juré y perjuré que no había sido pero no me creyeron. Bruno y Buffalmacco estaban muy enfadados conmigo y me chantajearon con contarle a mi mujer que había vendido el cerdo y gastado el dinero a sus espaldas. Humillado y sin saber bien que pasaba les di lo que querían, dos pares de capone. Me sentí apenado, avergonzado y confuso. No sabía que había pasado e hice el ridículo. Además me quedé sin dos buenos amigos.

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