sábado, 9 de marzo de 2013

El cerdo deCalandrino

Era una mañana de diciembre, hoy tocaba matar al cerdo que habíamos cuidado este año.
- Cariño, ¿Vienes a la heredad a matar al puerco?
- No me encuentro muy bien Calandrino, ves tú y ponlo tú a salar también. – me contestó mi mujer.

Al salir de la heredad vi a dos amigos míos, Bruno y Buffalmacco, les llamé para enseñarles el cerdo:
- ¡Qué gordo está! Véndelo y gastémonos el dinero, y a tu mujer le dices que te lo han robado – me propuso Bruno al ver a la enorme criatura. 
- ¡No, que no iba a creerlo y me echaría de casa! No insistáis, que no lo haré – respondí.
No me parecía nada bien hacerle eso a mi mujer, tenía claro que no lo haría. Pero ellos siguieron insistiendo, y yo me negaba a acceder.

A las ocho de la tarde me vinieron a buscar para ir a la taberna, a mí me extrañó pues sabía que les había molestado que yo no quisiera venderlo y gastarme el dinero con ellos. Aún así acepté ir a la taberna. Cuando llegamos allí, me invitaron a beber, todo era muy extraño, pero me demostraron que no eran rencorosos respecto al tema del cerdo. Bebí demasiado aquella noche, tanto que me tuvieron que acompañar ellos a casa, me tumbaron en la cama y se fueron. Yo al instante me quede frito.

A la mañana siguiente, cuando me levanté, no vi al cerdo por ningún lado. Me asusté tanto que empecé a gritar como un loco, desesperado. Alguien me lo había robado aquella noche.

Llamaron a la puerta, eran Bruno y Buffalmacco, yo abrí contándoles lo sucedido. Pero ellos no me creían, decían que era todo mentira para engañar a mi mujer y a ellos. Yo desesperado insistí e insistí. Al final llegamos a una conclusión:
- En tal caso convendría, si es posible, buscar el modo de recuperarlo. Debe haber sido alguno de tus vecinos. Y ciertamente que, si pudieras reunirlos, yo sé hacer una prueba para ver quién lo tiene. Podría hacerse con unas píldoras de jengibre y vino pardo. – me dijo Bruno.
Me pareció una idea genial, era el único modo de recuperar a mi cerdo.

A la mañana siguiente Bruno y Buffalmacco aparecieron con una cajita de las píldoras y el frasco de vino. Nos colocamos todos en círculo y Bruno explico lo que había pasado y como lo íbamos a solucionar: 
- Anoche, a Calandrino le quitaron un cerdo muy bueno y no sabe quién fue. Como cada uno de los que estamos aquí puede ser el culpable, para descubrir quién lo tiene vamos a daros a cada uno estas píldoras y un vaso de vino. Tened en cuenta que quien tenga el cerdo no podrá tragar la píldora, pues, al saberle más amarga que el veneno, la escupirá.

Sorprendentemente todos estaban dispuestos a comer las píldoras. Bruno y Buffalmacco me dijeron que me pusiera yo también. Lo hice sin problema. Bruno empezó a repartirlas. Cuando me tocó a mí, noté un horrible gusto a aloe, no podía soportar el amargor y la escupí inconscientemente. Todos me miraban sorprendidos, aun que yo lo estaba más. Bruno me dijo:
- ¿Pero qué es eso, Calandrino? Esperad, que quizá sea otra cosa lo que le ha hecho escupir. Le daremos una más.

Le creí, evidentemente, y me tomé la segunda. Me pasó lo mismo que con la primera. Bruno y Buffalmacco dijeron que yo me había robado a mí mismo, y todos se fueron mientras yo estaba callado pensando en lo ocurrido.
Buffalmacco me decía:
- Por seguro daba yo que tú tenías el cerdo y que querías mentirnos con eso de que te lo habían robado para no darnos de beber con el dinero que recogieras.
A mí aún me duraba el amargo sabor en la boca pero aun así suplicaba y rogaba que me creyeran, que no tenía lógica todo aquello. Bruno me interrumpió:
- Pretendes, con tus juramentos, que creamos que te han robado el puerco que debes de haber vendido. No nos agradan tus burlas y, si no nos das dos pares de capones, se lo contaremos todo a tu esposa.
Yo no sabía qué hacer, no quería que mi esposa creyera esa acusación tan falsa como horrible. Y no me quedaba otra opción. Les daba los dos pares de capones o mi mujer se enteraría de lo ocurrido. Dañado, les di los dos pares de capones, posteriormente ellos se fueron.

Me fui a dar un paseo por Florencia solo, pensando en que le diría a mi mujer, ella esperaba que saliera un culpable, pero ése era yo. Aunque no estaba de acuerdo, no entendía nada, pero no podía hace otra cosa que callarme y decirle a mi mujer que la prueba de las píldoras salió mal y que no sabemos quién es el culpable. Si le contaba la verdad puede que no me creyera, decidí no tentar a la suerte.

1 comentario: