Hola, me llamo Georgia, y este verano fui de vacaciones a Mallorca. Me lo pasé genial. El día que lleguemos fuimos a un restaurante y la comida estaba riquísima.
Por dentro habían flores y luces brillantes por todos lados, era guapísimo. Más tarde nos fuimos, y volvimos a nuestra habitación porque ya era por la noche y se había hecho muy oscuro. Cuando lleguemos, prendimos las luces y me fui directamente a ducharme. El agua estaba perfecta.
Luego nos fuimos a dormir; mi madre y mi padrastro durmieron en las dos camas que habían, y yo en el sofá. Dormimos bien, pero cuando me levanté por la mañana, me dolía muchísimo el cuello. Me di cuenta que era por el sofá, que estaba muy dura y muy pequeña, pero pasé del dolor y me fui a la piscina. Estaba un poco frío el agua, pero me daba igual. Después de unas horas en la piscina, volví a la habitación, donde estaba mi madre y mi padrastro en el balcón.
Me quité el bañador y me puse mi ropa favorita, porque mi madre quería ir a conocer un poco al pueblo donde estábamos.
El pueblo era maravilloso fantástico con vistas fenomenales. Las calles estaban muy limpias y llenas de flores y árboles, y en medio del pueblo había un canal. El agua que había dentro era verde pero limpio. Habían muchas tiendas con ropa variada, zapatos, toallas, gorras y de más.
Había de todo en ese pueblo, y la playa estaba perfecta, con bares, cafeterías, tumbonas, sombrillas y un restaurante chino. La arena también estaba perfecta. El Port d’Alcúdia era como el pueblo de mis sueños, que tenía todo lo que quería. Habían caballos por todos lados con carruajes detrás con gente por dentro.
Eran casi todos ingleses, escoceses, irlandeses o americanos. Aquel día nos fuimos al pueblo de Alcúdia, y subimos a una montaña que cuando llegamos arriba, se veía todo.
Por un lado se veía el mar, azul y tan límpia como una agua cristalina. Por otro lado, se veían las otras montañas de la isla. Por otro se veía una isla pequeña donde había una estructura que parecía un hotel, o un spa que tenía una piscina enorme, y por otro lado se veían los pueblos de la isla.
Había una torre enorme con unas barras oxidadas de hierro, que servían como escaleras, porque más arriba había un agujero cuadrado donde se podía subir. Muerta de ganas, subí y era un espacio grande, todo de piedra, con otro agujero al otro lado de la torre que servía como ventana. Miré por la ventana, y lo único que vi era el mar, más claro que era. La vista era fenomenal.
Girando, me di cuenta que habían más ‘escaleras’ que subieron a una terraza al aire libre por encima. Con más ganas, subí a la terraza y la primera cosa k sentí era el aire fresco contra la cara y el cuello. Cerré los ojos mientras que el aire pasaba por mi pelo. El sentido era increíble.
Miré por el muro y por ahí abajo vi a mi madre, que no podía subir porque tenía la espalda mal. Cuando fui a bajar, me dio miedo; era muy cagada. No mirando hacia abajo, comencé a bajar la escalera, y cuando llegué abajo, cuando puse el pie en la piedra muy fría, me sentía segura como antes. Pero eso no era el final, tenía que bajar las otras escaleras, en el aire libre encima; me dio mucho miedo.
Concentrada, comencé a bajar, y llegando al final, otra vez, el miedo ya no estaba. Cansados, fuimos a buscar al coche, como no habían más ganas de hacer nada, y nos quedemos callados en el camino a casa. Al llegar, prendimos las luces, dejemos las mochilas en las camas, y salimos al balcón. Mi madre se fue a dentro para hacer la comida.
Hizo macarrones con salsa de tomate y atún. Me encantó. Mi madre cocina como una cocinera profesional y no tengo ningún problema con comer su comida. Al cabo de la noche, nos fuimos a dormir, pero esta noche puse los cojines en el suelo. Estaba mejor que la noche anterior.
El próximo día, nos levantemos por la mañana y nos duchamos, nos vestimos, cogimos todas las cosas que eran nuestras, y nos fuimos. Aquel era el día que nos íbamos, y estábamos cansados con bastantes ganas de volver a nuestra casa en España. Íbamos conduciendo hacia la ciudad de Palma.
Había un acuario que se llamaba ‘Marineland’. Entremos y había de todo; delfines, tiburones, loros, pajaritos, leones marinos, flamencos, pelícanos, pingüinos, focas, de todo. Fuimos a ver un espectáculo de delfines, y luego uno de leones marinos. Era increíble como los delfines saltaron y dieron vueltas. Hicieron de todo.
Luego fuimos a ver a otro espectáculo de loros. Hicieron las cosas más graciosas. Cuando acabó, nos fuimos otra vez a buscar el coche, como ya era hora de ir al aeropuerto a coger el avión que nos llevaba a casa.
Lleguemos al aeropuerto y había una cola muy larga. Tuvimos que esperar dos horas enteras para pasar por seguridad. Cuando pasé por el detector de metales, sonó la alarma. ¡Que vergüenza! Habían detectado el desodorante que llevaba dentro de la mochila, y me lo tuvieron que quitar. A continuación, pasamos horas caminando por el aeropuerto ya que el vuelo se retrasó.
Por fin, a las 9 de la noche subimos al avión, que estaba casi lleno de gente inglés y español. Saqué mi libro y empecé a leer. Me perdí en las páginas, y antes de darme cuenta, estábamos en la pista del Aeropuerto de Reus, como 3 días antes.
1 comentario:
Seguramente esté copiado. Este fragmento revela:
1. Un dominio de la ortografía que no tienes
2. Una madurez escritora que no tienes
Si por copiar fuera... sacarías sobresaliente
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