La brisa del mar era agradable, no hacía frío ni calor.
Me encontraba sola, era la segunda noche consecutiva que decidía ir a aquella playa a reflexionar, no había pasado por casa, ni pensaba hacerlo, al menos ahora que las cosas estaban así, había discutido con Margaret, la única persona que tras la muerte de mis padres, me había tratado como a una hija. Y sabía que ahora mismo ella estaba sufriendo por mi causa, y de verdad, que no quería defraudarla más, no se lo merecía después de todo lo que había hecho por mí durante este tiempo, pero me encontraba sin fuerzas para enfrentarme a nadie más aquel día, ya había gastado todas mis fuerzas discutiendo con todo aquel que se me había puesto por delante aquella tarde y sabía que no sería capaz de aguantar ni una sola palabra más alta que la otra, al menos por un tiempo.
El sol se escondía. Ya sólo podía ver una pequeña línea detrás del horizonte.La puesta de sol era preciosa, la más bonita que había visto nunca, aunque pensándolo bien…nunca antes me había puesto a observarla, ahora me daba cuenta de lo preciosa que era la vida, y que cosas como el amanecer, la puesta de sol, la hacía aún más increíble, si es que eso era posible, pero después de todo lo que había ocurrido, ni siquiera eso me hacía sonreír. El césped comenzaba a estar húmedo y la luna no tardaría en dar la cara, en un par de horas, no mucho más. Miré el pequeño prado donde me encontraba, y así, sin mediar ni una sola palabra, solo un último pensamiento que me llevaría conmigo a la tumba, decidí finalizar con mi existencia y arrojarme al mar.
1 comentario:
Sara, el final es impactante, aunque después de tanta belleza no es predecible, la verdad.
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