Una noche de
octubre, durante el crepúsculo, me desperté súbitamente. En mi ventana había
una lucecita, que contrarrestaba la oscuridad de mi habitación. Me senté en la
cama y me puse las gafas. Sin miedo, me
acerqué a ello. Pensaba que podría ser una luciérnaga. Cuando me acerqué un
poco más, se fue volando y se posó sobre una silla. Traté de alcanzarla con la
mano, pero voló más y se posó sobre el pomo de la puerta. Me levanté, con
curiosidad, y abrí la puerta. La luciérnaga me guio por la casa, hasta llegar a
la puerta del balcón. La abrí y ella voló unos metros, hasta un grupo mayor de
luciérnagas como esa. Entonces, se acercaron todas hacia mí, y pude comprobar
que en realidad no eran luciérnagas, sino hadas. Diminutas hadas que volaban en
grupo y reían. Parecían muy felices de volver a reencontrarse con su pequeña
amiga. Una de ellas se acercó a mí y me dio las gracias por salvar a su
hermana.
-De nada –le dije.
Y se fueron,
desapareciendo como si se evaporaran.
A la mañana siguiente, al despertarme, había una cajita en el pie de la cama. La abrí, y había un pequeño anillo brillante y un nota escrita con letras de oro que decía que si necesitara algo algún día, que ellas estarían ahí.
1 comentario:
¡Muy buena historia!
Publicar un comentario