Como cada año, me dirigí a mi heredad
a las afueras de Florencia para matar y poner a salar el cerdo que crío cada
año, pero esta vez, mi mujer no podía acompañarme ya que estaba enferma. Una mañana
me encontré con dos buenos amigos míos, Bruno y Buffalmacco, y les enseñé el
cerdo, que había matado ya y pretendía salar.
-¡Qué gordo está! Véndelo y
gastémonos el dinero, y a tu mujer le dices que te lo han robado –me propuso
Bruno.
-¡No, que no iba a creerlo y me
echaría de casa! No insistáis, que no lo haré –respondí.
Hablamos mucho y los invité a cenar,
pero se negaron y se fueron. Más tarde me invitaron
a la taberna. Me cargué de lo lindo y, al llegar a casa, me fui directamente a
la cama.
A la mañana siguiente me levanté y,
al bajar, no vi al cerdo. Me pusé a gritar y se acercaron Bruno y Buffalmacco
para ver que estaba pasando y, nada más verles, les dije:
-¡Ay de mí, amigos míos, que me han
robado el puerco!
Bruno me dijo:
-Menos mal que, por una vez, eres
discreto.
-¡Pero si lo digo de verdad! –dije.
-Ayer, Calandrino, te aconsejé que
dijeras eso. No me gustaría que ahora te burlases de tu mujer y de nosotros.
Y, al ver que no me creían, añadí a
gritos:
-¡Te digo que me han robado el cerdo!
-En tal caso, convendría, si es
posible, buscar el modo de recuperarlo. Debe de haber sido alguno de tus
vecinos. Y ciertamente que, si pudieras reunirlos, yo sé hacer una prueba para
ver quién lo tiene. Podría hacerse con unas píldoras de jengibre y vino pardo.
Me pareció buena idea y accedí. A la
mañana siguiente reaparecieron Bruno y Buffalmacco y reunieron al vecindario, colocándoles en círculo, a mí entre ellos.
-Anoche, a Calandrino le quitaron un
cerdo muy bueno y no se sabe quién fue. Como que cada uno de los que estamos
aquí puede ser el culpable, para descubrir quién lo tiene vamos a daros a cada
uno estas píldoras y un vaso de vino. Tened en cuenta que quien tenga el cerdo
no podrá tragar la píldora, pues, al saberle más amarga que el veneno, la
escupirá.
Todos estuvimos dispuestos a tomar
las píldoras, y Bruno comenzó a distribuirlas. Al llegar a mí, tomé una y me la
metí en la boca. Empecé a masticarla,
pero noté un amargor muy fuerte y no pude hacer más que escupirla.
-¿Pero que es eso, Calandrino? Esperad,
que quizá sea otra cosa lo que le ha hecho escupir. Le daremos una más.
Tomé la segunda y me la puse en la
boca, pero me supo igual de mal que la otra y la volví a escupir. Bruno y Buffalmacco
dijeron que me robaba a mí mismo, y me sentí completamente humillado. Cuando se
fueron todos los vecinos, Bruno y Buffalmacco se quedaron y me dijeron:
-Por seguro daba yo que tenías el
cerdo y que querías mentirnos con eso de que te lo habían robado para no darnos
de beber con el dinero que recogieras.
Aún durándome el sabor amargo de la
píldora y nervioso, les juré que no tenía el cerdo. Bruno me respondió:
-Pretendes, con tus juramentos, que
creamos que te han robado el puerco que debes de haber vendido. No nos agradan
tus burlas y, si no nos das dos pares de capones, se lo contaremos a tu esposa.
Yo, que veía que no me creían y que
ya tenía suficientes penas sin las reprensiones de mi mujer, les di lo que
pedían. Ellos se fueron y yo me quedé sin dinero, el cerdo y con la humillación.
1 comentario:
Bien utilizado el punto de vista.
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