Era diciembre y
como todos los años me dirigí a matar el cerdo, mi esposa estaba indispuesta
por lo que fui solo. De pronto me encontré, ya matado el cerdo, con Bruno y
Buffalmacco, me propusieron vender el cerdo y gastarnos el dinero pero me negué
rotundamente aunque insistieron mucho. Ellos se enfadaron pero por la tarde se
disculparon y me llevaron a una taberna. Me sentí confuso, pero a medida que se
sucedían las copas me fui emborrachando hasta que como pude me fui a mi casa a
dormir.
Cuando me
desperté, mi gordo y preciado gorrino había desaparecido. Lloré y grité
desconsolado. Cuando llegaron mis amigos Bruno y Buffalmacco me acusaron de
haber vendido el puerco y que les estaba mintiendo. Me encontraba realmente mal
y les aseguré que yo no lo había hecho. Desconfiaron mucho pero finalmente
accedieron amablemente a ayudarme a encontrar el ladrón.
Nos reunimos
todos los vecinos entre los que se encontraría el ladrón. Nos repartieron unas
píldoras de jengibre, quien la escupiera sería el culpable, pues, al saberle
más amarga que el veneno, la escupirá. Todos estuvimos de acuerdo y se
empezaron a repartir las píldoras. Al llegar mi turno, y sigo sin saber el
porqué, noté un sabor amargo y asqueroso por lo que la escupí. Para asegurarse
me dieron otra, y la segunda pastilla pasó lo mismo, tenía un sabor horrible.
Todos tenían miradas incriminatorias y yo estaba avergonzado y triste.
Juré y perjuré
que no había sido pero no me creyeron. Bruno y Buffalmacco estaban muy
enfadados conmigo y me chantajearon con contarle a mi mujer que había vendido
el cerdo y gastado el dinero a sus espaldas. Humillado y sin saber bien que
pasaba les di lo que querían, dos pares de capone. Me sentí apenado,
avergonzado y confuso. No sabía que había pasado e hice el ridículo. Además me
quedé sin dos buenos amigos.
1 comentario:
Muy buena adaptación, lástima de la imagen.
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