- Cariño, ¿Vienes a la heredad a matar al puerco?
- No me encuentro muy bien Calandrino, ves tú y ponlo tú a salar también. – me contestó mi mujer.
Al salir de la heredad vi
a dos amigos míos, Bruno y Buffalmacco, les llamé para enseñarles el cerdo:
- ¡Qué gordo
está! Véndelo y gastémonos el dinero, y a tu mujer le dices que te lo han
robado – me propuso Bruno al ver a la enorme criatura.
- ¡No, que no
iba a creerlo y me echaría de casa! No insistáis, que no lo haré – respondí.
No me parecía nada bien
hacerle eso a mi mujer, tenía claro que no lo haría. Pero ellos siguieron
insistiendo, y yo me negaba a acceder.
A las ocho de la tarde me
vinieron a buscar para ir a la taberna, a mí me extrañó pues sabía que les
había molestado que yo no quisiera venderlo y gastarme el dinero con ellos. Aún
así acepté ir a la taberna. Cuando llegamos allí, me invitaron a beber, todo
era muy extraño, pero me demostraron que no eran rencorosos respecto al tema
del cerdo. Bebí demasiado aquella noche, tanto que me tuvieron que acompañar
ellos a casa, me tumbaron en la cama y se fueron. Yo al instante me quede
frito.
A la mañana siguiente,
cuando me levanté, no vi al cerdo por ningún lado. Me asusté tanto que empecé a
gritar como un loco, desesperado. Alguien me lo había robado aquella noche.
Llamaron a la puerta,
eran Bruno y Buffalmacco, yo abrí contándoles lo sucedido. Pero ellos no me
creían, decían que era todo mentira para engañar a mi mujer y a ellos. Yo
desesperado insistí e insistí. Al final llegamos a una conclusión:
- En tal caso
convendría, si es posible, buscar el modo de recuperarlo. Debe haber sido
alguno de tus vecinos. Y ciertamente que, si pudieras reunirlos, yo sé hacer
una prueba para ver quién lo tiene. Podría hacerse con unas píldoras de
jengibre y vino pardo. – me dijo Bruno.
Me pareció una idea
genial, era el único modo de recuperar a mi cerdo.
A la mañana siguiente
Bruno y Buffalmacco aparecieron con una cajita de las píldoras y el frasco de
vino. Nos colocamos todos en círculo y Bruno explico lo que había pasado y como
lo íbamos a solucionar:
- Anoche, a
Calandrino le quitaron un cerdo muy bueno y no sabe quién fue. Como cada uno de
los que estamos aquí puede ser el culpable, para descubrir quién lo tiene vamos
a daros a cada uno estas píldoras y un vaso de vino. Tened en cuenta que quien
tenga el cerdo no podrá tragar la píldora, pues, al saberle más amarga que el
veneno, la escupirá.
Sorprendentemente todos
estaban dispuestos a comer las píldoras. Bruno y Buffalmacco me dijeron que me
pusiera yo también. Lo hice sin problema. Bruno empezó a repartirlas. Cuando me
tocó a mí, noté un horrible gusto a aloe, no podía soportar el amargor y la
escupí inconscientemente. Todos me miraban sorprendidos, aun que yo lo estaba
más. Bruno me dijo:
- ¿Pero qué es
eso, Calandrino? Esperad, que quizá sea otra cosa lo que le ha hecho escupir.
Le daremos una más.
Le creí, evidentemente, y
me tomé la segunda. Me pasó lo mismo que con la primera. Bruno y Buffalmacco
dijeron que yo me había robado a mí mismo, y todos se fueron mientras yo estaba
callado pensando en lo ocurrido.
Buffalmacco me decía:
- Por seguro
daba yo que tú tenías el cerdo y que querías mentirnos con eso de que te lo
habían robado para no darnos de beber con el dinero que recogieras.
A mí aún me duraba el
amargo sabor en la boca pero aun así suplicaba y rogaba que me creyeran, que no
tenía lógica todo aquello. Bruno me interrumpió:
- Pretendes,
con tus juramentos, que creamos que te han robado el puerco que debes de haber
vendido. No nos agradan tus burlas y, si no nos das dos pares de capones, se lo
contaremos todo a tu esposa.
Yo no sabía qué hacer, no
quería que mi esposa creyera esa acusación tan falsa como horrible. Y no me
quedaba otra opción. Les daba los dos pares de capones o mi mujer se enteraría
de lo ocurrido. Dañado, les di los dos pares de capones, posteriormente ellos
se fueron.
Me fui a dar un paseo por
Florencia solo, pensando en que le diría a mi mujer, ella esperaba que saliera
un culpable, pero ése era yo. Aunque no estaba de acuerdo, no entendía nada,
pero no podía hace otra cosa que callarme y decirle a mi mujer que la prueba de
las píldoras salió mal y que no sabemos quién es el culpable. Si le contaba la
verdad puede que no me creyera, decidí no tentar a la suerte.
1 comentario:
¡Perfecto, Blanca!
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