Ya se estaba haciendo tarde,
la luna ya estaba en lo más alto del cielo estrellado y Pepín se apresuraba a
llegar a casa, sabiendo que su padre iba a estar muy enfadado. Se había pasado
todo el día con Domingo Loriente y sus amigos, jugando a hacer ver que eran arqueólogos
y estaban buscando restos de dinosaurios.
Después de 10 minutos
corriendo al máximo de sus capacidades, llegó al portón de su casa y se coló
por la ventana de la cocina. Afortunadamente para él, su madre se encontraba en
San Sebastián esa semana. Nunca llegó a entender como lo hacía, pero siempre le
pillaba, daba igual que se colara sigilosamente por una ventana, o que trepase
hasta el balcón de la habitación de su hermano, ella estaba allí esperándole.
Pero ese día iba a conseguir librarse de los gritos de su madre y de su padre,
el cual estaba encerrado en su despacho. Sabía que cuando cerraba la puerta de
su despacho significaba que estaba dibujando o trabajando en algo y por lo tanto, desconectado
del mundo exterior.
Entró por la cocina y se
encontró con que aún no habían cenado, “¡bien!” pensó para sus adentros, eso
significaba que no habían notado su ausencia (aparte el pobre muchacho estaba
hambriento). Salió de la cocina y subió hasta su cuarto donde se cambió de
ropa, para no dejar ni rastro de que había infringido las normas de sus padres:
llegar a las siete y media como máximo a casa. Estaba bastante preocupado,
hacía poco, en una las regañinas por parte de su madre, le había dicho que estaba
pensando en mandarle a Inglaterra a un
internado como en el que había estado ella, a ver si así empezaba a acatar las
normas. Esto le había empezado a reconcomer y desde entonces había intentado
ser más precavido.
Cuando ya estaba con el
pijama puesto, se dirigió abajo, hasta llegar al despacho de su padre. Allí se
encontraba él, haciendo una de sus mayores pasiones, dibujar. Pepín siempre
había querido aprender a dibujar tan bien como lo hacía su padre, pero no tenía
su espectacular destreza. Le saludó, a lo que su padre se levantó y le dio un
abrazo. Ni siquiera le preguntó dónde había estado, lo cual le tranquilizó. El
padre de Pepín era ingeniero, y sabía que a Pepín le encantaba oír los nuevos
proyectos que su padre tenía entre manos, por eso le empezó a explicar los
planes que tenía para remodelar el
pantano de La Peña y de La Sotonera , que se encontraban en Huesca.
Pepín se pasó 1 hora
escuchando todo lo que su padre tenía pensado para su nuevo proyecto. No es que
le fascinaran mucho en sí los pantanos, más bien le fascinaba la dedicación
y la alegría que le ponía su padre a todo lo que hacía en su vida. Cuando acabó
de explicarle todo, se dieron cuenta de lo tarde que era y de lo hambrientos
que estaban. Pepín fue a buscar a sus hermanos mientras su padre cocinaba algo
de cena. La cena fue algo distintita a lo normal, se notaba cuando su madre no
estaba en la mesa, ya que siempre tenía cosas que contar, siempre le daba un
toque especial a la conversación. De todas formas, la cena fue de lo más
entretenida. Al acabar, Pepín y sus hermanos fueron arriba a jugar un rato (su
padre era más flexible con las horas de ir a dormir), pero él poco duró
jugando, el pobre estaba muerto de sueño. Mientras tanto, su padre se dedicó a
trabajar en la remodelación de sus pantanos.
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