El chico, llamado Sean William Anderson, entró en la puerta equivocada, y entonces se sorprendió al no ver a nadie en la casa. Empezó a buscar y se encontró a la mujer desmayada en el suelo.
Sean llamó a la policía de Nueva York, puesto que era la más cercana a la vivienda.
- ¡Hay un herido, deprisa, hay un herido!
- De acuerdo. Primero, tranquilízate y dame tus datos personales y la dirección de donde estés- dijo el agente.
- Soy Sean William Anderson y estoy en la calle que sigue el puente. El número es... el 799, si, el 799 de la calle que sigue el puente, y por favor, ¡den se prisa!
- De acuerdo. Enseguida estamos allí.
El silencio y la oscuridad se apoderaron de aquella extraña situación, y el chico cada vez estaba más asustado.
Poco más de 2 minutos después, la policía llegó a la casa. Venían 7 agentes: 4 de criminalística, 2 de homicidios y el que le atendió al teléfono.
Lo primero que hicieron fue sacar al chico de la vivienda, hacerle algunas preguntas y tranquilizarle con una taza de té caliente.
Jefferson, el jefe de criminalística, y John, el de homicidios, analizaron al máximo las preguntas y respuestas que le habían hecho al chico, a ver si les sacaban un poco de provecho para la investigación.
La noche pasó y llevaron a la mujer, aún sin identificar, a que le hicieran la autopsia, para ver de qué podía haber muerto, pero los resultados habían sido muy extraños: no había nada que dijera de qué podía haber muerto, porque la mujer estaba en perfecto estado y su salud en aquel momento era espléndida.
Jefferson y John estaban de lo más sorprendidos al oír lo que decía la forense, entonces, lo primero que decidieron fue ir a inspeccionar la vivienda a ver si podía haber algún signo de violencia, suicidio...
No encontraron nada que pudiera determinar la muerte de aquella misteriosa mujer, entonces, decidieron llamar al chico que les avisó de lo sucedido.
Sean estaba preocupado aun por lo ocurrido la noche anterior, y se mostraba voluntario para todo lo que pudiera hacer.
Le hicieron todo tipo de preguntas, pruebas tipo análisis de sangre, toma de huellas dactilares, pruebas salivales y muestras de pelo, pero no había nada que les diera muestras de posible asesino. Entonces fue cuando una colaboradora de la investigación le vio un tatuaje en el brazo derecho del chico, con un lenguaje simbólico de lo más extraño.
Le fotografiaron el brazo donde ponía:
la mentira gana
Ese era el “código” que había escrito en su brazo.
Le preguntaron que cuánto tiempo hacía que llevaba el tatuaje, y el chico les contestó que desde esta mañana, cuando se había despertado lo vio, y no sabe de qué podía ser.
Mandaron la fotografía con los símbolos a los mejores detectives de todo el mundo para ver si les podían ayudar en algo, pero ninguno lo consiguió.
El propio Sean investigó el código que llevaba escrito y sacó un buen provecho. Fue a enseñar sus resultados a los policías:
- Estos son los resultados de mi prueba. Según mi teoría, aquí pone: “la mentira gana”- dijo Sean.
Extrañados, los agentes observaron su teoría, y se dieron cuenta de que tenía razón: todo ese “asesinato” era una mentira creada por un científico, para ver hasta donde podía llegar su experimento de maniquí.
Carlota López, 1 ESO B
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