
Aquella tarde, sobre las 5, salí de mi casa en dirección Barcelona, estaba durmiendo en el coche hasta que en mis sueños vi una luz blanca, una luz que alumbraba pero que no molestaba, era suave, intenso, abrí los ojos poco a poco, y fui observando aquella puesta de sol, tuve la suerte de que llevaba una cámara en el coche.
- Papa, para el coche, necesito la cámara de fotografiar- le dije a mi padre.
Él me contestó:
-Espérate 2 minutos que pararemos en una gasolinera.
Me esperé, paramos y luego desde el coche pude observar esa cálida puesta de sol, parecía que dios iba a bajar del cielo por ese hueco, era como si dejara un pasillo para que pasara alguien, o alguna o otra cosa. Lo que yo me preguntaba era si esas nubes de colores podrían aguantar el peso de una persona, porque lo más bonito que podría haber, sería poder estar ahí encima, viendo el mundo, tocando el cielo, y que el viento te diera un paseo por el mundo. Esos colores, ese viento, todo junto me hacía que mirara y no sacara los ojos de ahí, durante todo el viaje pude observar, y fotografiar cómo el viento se llevaba las nubes, cómo los colores cambian de color o desaparecían poco a poco.
1 comentario:
Andrea, ¡qué redacción tan bonita!
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