Me dirigía a matar al cerdo como todos
los años, por desgracia mi esposa no me pudo acompañar, estaba indispuesta.
Ya
llegando y habiendo matado ya el cerdo, me encontré con dos amigos míos, Bruno
y Buffalmacco.
- ¡Pero que gordo y hermoso esta ese cerdo! Podrías venderlo,
te darían buen dinero. A tu mujer le dices que desgraciadamente de lo han
robado y nos gastamos las ganancias.
- No, no! De ninguna manera! Mi esposa se enteraría.
Bruno y Buffalmacco no aceptaban un no
por respuesta, insistieron e insistieron hasta que finalmente mi terquería ganó su palabrería. Yo seguí mi camino, pero esa misma tarde Bruno y Buffalmacco me
invitaron a unos tragos. Tan bueno y exquisito el vino estaba que no pude parar de beber hasta tal punto que lo único que recuerdo es divisar mi cama poco
antes de acostarme.
Al despertarme, algo horrible había
ocurrido. ¡Me habían robado el cerdo!, qué culpable me sentía, si no hubiera bebido
me hubiera dado cuenta y lo hubiera impedido.
Comencé a gritar y llorar por la
pérdida y en ese momento aparecieron Bruno y Buffalmacco. Se lo conté todo pero
no me creían, me apuntaban de mentiroso. ¡A mí! Que jamás he dicho nada que sea
falso.
Bruno propuso que hiciéramos una prueba
entre los vecinos y yo mismo entre ellos para saber quién había sido el
ladrón.
Al día siguiente reuní a los vecinos
y me senté con ellos en un medio
círculo, entonces Bruno, que había traído unas píldoras y vino, explicó la
prueba:
- Yo daré estas píldoras a cada uno de los que estamos aquí y
el ladrón al haber comido del cerdo anteriormente le sabrán tan amargas que la
escupirá inmediatamente.
Yo no lo había robado, por lo tanto, no
tenía ningún miedo de escupirla, más bien tenía que estar atento de quien la
escupía.
Bruno fue
repartiendo y cuando me la dio y empecé a saborearla, ¡Dios santo, sabía
realmente mal! ¡No había probado algo tan repugnante en mi vida! No pude
sopórtalo y lo escupí. Bruno no había terminado de repartir así que me dio otra
para asegurarse, pero la siguiente sabía incluso peor que la anterior y la
escupí nuevamente.
Todos me atacaban con sus miradas
acusadoras. Juré y perjuré mi inocencia pero no me creían. Bruno y Buffalmacco
me acusaban de haber vendido el cerdo y haberme gastado el dinero. Yo era
inocente, pero nada importó, ¿Qué le diría a mi mujer? ¿Me creería?. Ya había
quedado como un mentiroso ladrón, claro que no me creería.
Bruno y Buffalmacco me amenazaron con contárselo todo a mi esposa si no
le daba parte de las ganancias. Yo no daba más fuerza para tanto disgusto
así que acepte y les di lo que pedían.
1 comentario:
El punto de vista está bien tratado. Has de corregir la ortografía antes de subir la entrada al blog.
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