Maria da Visitaçᾶo se acercó al periodista. Sabía muy
bien que era lo que quería, y más después de la experiencia del otro día. Lo
que buscaba ese muchacho era desahogarse con alguien y María era una oyente
espectacular.
Se fijó en que estaba mucho más borracho que en su otra
visita. Realmente el chico está muy deprimido, pensó Maria, pero tiene sus
motivos. Y es que el periodista le contó a aquella chica, cuyo nombre no sabía
aún, que vivía muy solo. A la única persona que tenía era la patrona de la
pensión. Además, tenía un grave problema con el alcohol y con la alimentación,
y eso hacía que fuera una persona muy delgada. También le contó sus
pensamientos, sus miedos. Era periodista y odiaba tanto el periodismo como la
política. En general, no tenía una vida de la que pudiera presumir. Maria, en
su cabeza iba analizando cada detalle. Le resultaba tan triste su vida, tan
vacía de amor. Y más, después de haber escuchado la historia de Herbal. Pero al
fin y al cabo, ¿Acaso la vida de una chica que se había visto obligada a
dedicarse a la prostitución era mejor? Pero la muchacha no decía nada sobre
ella. Se dedicaba a escuchar y ayudar cuando se derrumbaba completamente. Desde
luego, era una magnífica psicóloga y una persona con un gran corazón, pero no
sabía que podía decir para ayudarle. Le animó para que buscara otro empleo,
para que cambiara de aires completamente, pero el muchacho estaba demasiado
borracho como para oír sus consejos.
Me llamo Maria, dijo ella cuando el periodista se cayó al
suelo y fue corriendo a ayudarle. Es un nombre precioso, lástima que mañana no
me vaya a acordar, dijo él. Y ahí mismo, tirado en el suelo, se durmió. Cuando
Herbal se percató pensó que menos mal que había pagado por adelantado. Ella, en
cambio, reaccionó y se lo llevó a una cama decente. No podía hacer nada más. Se
sentía impotente.
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