Cada domingo, cuando caía el sol, iba al lago de un precioso bosque silencioso.
Cada domingo, me encuentro allí con él, y recordamos todas las tardes que pasábamos juntos, viendo las puestas de sol, en ese mismo sitio fue donde me pidió la mano, viendo cómo el color del atardecer, se reflejaba en el agua, y formaba esa sensación de de que delante de nosotros era todo cielo.
Nos rodeaban unos árboles, tan altos, que parecía, que más lejos, de allí no existía nada, todo estaba tranquilo, el agua no se movía, y solo se escuchaba el viento y algún pájaro cantarín.
Solíamos estar cogidos de la mano, un buen rato sin decir nada, y luego él solía interrumpir el silencio, con algún piropo. Pero ese día fue diferente. Nos levantamos de donde solíamos sentarnos, un tronco viejo que reposaba en el suelo, y corrimos hacia el lago, nos estuvimos bañando un buen rato.
Al salir, él me confesó una cosa, tenía una enfermedad mortal, y le quedaba poco tiempo de vida.
-Lo siento, amor, no te lo he dicho antes, porque esperaba un buen momento.
En ese momento, me quedé destrozada, pero no lo iba a dejar solo, y por eso le dije una cosa de la que no me arrepentiré nunca.
- ¡Cásate conmigo!
Sin pensarlo ni un momento, nos unimos para siempre en ese mágico lugar. Por eso, cada domingo, cuando cae el sol, voy a ese sitio tan especial para mí, para que cuando el lago y el cielo se unan, y surjan esos colores naranjas y lilas del cielo, poderlo ver, como si estuviera a mi lado aún.
Y recordar siempre los ratos que pasamos juntos en silencio , sentados al lado del lago observando ese cielo tan magnífico.
1 comentario:
Úrsula, buena redacción. Buena descripción del ambiente y del lugar.
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