Chip, el dios de la robótica
Eran otros tiempos cuando para repostar acudíamos a una gasolinera y un “humano” nos ponía la gasolina y posteriormente nos cobraba. Otros tiempos en los que las empleadas de los supermercados anotaban en una gran caja registradora el importe de nuestras compras. Eran tiempos lejanos, aquellos en los que en las consultas médicas, a mano, nos tomaban todos los datos, antes de se atendidos.
Actualmente, en el universo de los 2000, el dios “chip” es quien dice cómo se han de hacer las cosas. ¡Y ay de quien no esté dispuesto a adecuarse a sus mandatos! En estos tiempos de rápidos cambios no es necesaria tanta presencia humana. Manda el “chip”. Es él quien hace que podamos comunicarnos, que podamos saber cuánto cuestan las cosas, que podamos ser atendidos y pagar en muchos establecimientos, y un sin fin de rutinas más.
El “dios chip” es discreto, pequeño, muy pequeño, tal vez hasta demasiado pequeño. Pero tiene un poder infinito. Nada escapa a su control. Su infinidad de aplicaciones hace que ningún humano se atreva a faltarle al respeto. Nunca se sabe cómo podría reaccionar. Tal vez haga que la raza humana vaya desapareciendo poco a poco. O quizás de una forma más rápida. Tal vez quedemos en un mundo sometido a sus órdenes. Sin libertad para llevar una vida más sosegada, lejos de su control. Tal vez…
El tiempo pasa deprisa. Una novedad hoy es una antigüedad mañana. El mundo no se para. Aquellos que no obedezcan al “dios Chip” quedarán arrinconados. No podrán subir las persianas de su casa, ni hacer la comida, no entrarán en sus coches, ni tan siquiera podrán entrar en sus viviendas. El mundo de la robótica se impone. Más nos vale adaptar nuestras vidas a él, si no queremos dejar de vivir. Así es como en estos 2000 se ven las cosas.
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