Al día siguiente Herbal fue a almorzar al bar de abajo con Manila, como todas las mañanas. Manila se puso a explicarle que la vecina estaba pensando en mudarse y que llevaba días peleada con su marido, cuando de repente Herbal se quedó embobado y dejó de escucharla. ¿Herbal?, dijo ella, pero él seguía embobado, entonces Manila se giró para ver hacía dónde estaba mirando él.
En la barra del bar, sentada sobre un taburete había una chica muy hermosa, Manila la reconoció al instante, era Marisa. Manila, enfadada y celosa, se levantó y salió del bar sin decir nada. Entonces Herbal volvió en sí, y se fue a por Manila.
Mientras iba hacia la puerta Marisa lo vio y le sonrió, él se la devolvió pero con cara de prisa. Encontró a Manila sentada en un banco, refunfuñando. ¿Por qué te has ido? Ya lo sabes. No, no lo sé. Aún te gusta ella. No, pero me he sorprendido de verla, hacía tiempo que no la veía. Se te caía la baba. Exagerada, sólo me he sorprendido. Yo también, pero es incómodo. Venga, volvamos al bar.
Al volver al bar se encontraron a Marisa, que ya estaba pagándose el café. Herbal se alegró de que aún no se hubiese ido y fue a acercarse, cuando de repente, vio salir a Da Barca del baño de hombres. Entonces se frenó, un poco decepcionado, pero al ver que Manila se acercaba a ellos, la siguió por detrás. Los cuatro parecían muy alegres de reencontrarse, pero Herbal preferiría estar a solas con Marisa, aunque se sentía mal por Manila, a ella también la quería. Luego de estar un rato hablando sobre sus vidas, llegó el momento de irse. Mientras se despedían en la puerta, Marisa se acercó a Herbal para abrazarle, y discretamente le puso un papel en el bolsillo. Herbal se dió cuenta y le entró curiosidad, quería leerlo en cuanto antes, así que le dijo a Manila que tenía que ir al baño. Allí dentro, abrió el papel y en una bonita letra ponía: Herbal, siempre te he querido.
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