Decidió irse a Roma durante unos meses, ya que era un lugar donde la gente decía que era hermoso. No supo nada más de María y los días se le hacían eternos a un Herbal que ya no era el que era. Nadie sabía quién era, nadie le saludaba, ni hablaba con él, estaba completamente solo en ese mundo cruel en el que el se sentía solo. Solo se decía a él mismo: ¿Por qué se lo regalé, por qué? Ella ya no está... Por no hablar de esas voces, sí sí, esas voces que Herbal tenía siempre en la cabeza y que el que le hablaba era el difunto pintor, esas voces nunca desaparecieron, el pintor seguía dándole órdenes a Herbal, y en su día a día allí estaba el difunto pintor a ese Herbal solo y desolado.
Cinco años después, Herbal murió debido a un suicidio, dejó una carta con la esperanza de que alguien la leyera. En el contenido de la carta ponía: “Sin ti no soy nada, mi vida hizo un cambio radical a peor y yo, yo ya no podía hacer nada sin eso. Sírvele de provecho y disfrútalo mucho, como yo lo disfruté”.
Esas palabras iban dirigidas a María Da Visitaçao y a su querido lápiz. La carta le llegó a María y todos los años en el día de el Día de los Santos iba al cementerio a ponerle un ramo de flores.
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