Empiezan a entrar los rayos de sol por la ventana, definitivamente ya ha amanecido. Parece un día normal, un sábado como otro cualquiera, pero Pepin no había podido dormir en toda la noche, pensando en esa chica de trenzas rubias y ojos claros, sentía que se había enamorado de verdad. Aun solo teniendo seis años, notaba que el corazón le palpitaba única y exclusivamente para ella. Ese no iba a ser un día mas para Pepin Bello.
Se levanta de la cama con las fuerzas suficientes para decirle a esa chica que le traía loco lo que pensaba de ella, pero no le salían las palabras, expresarse oralmente siempre fue su punto débil. Así que esa misma mañana empezó a escribir el primer relato de muchos que escribió a lo largo de su vida. Las palabras fluían solas, algo casi sobrenatural en un chico tan pequeño, estaba claro que tenia una facilidad poco usual a su edad.
Y por fin terminada la carta, después de comer, fue a su casa a dársela. Horas estuvo delante su puerta mirando el timbre como quien ve a su peor enemigo delante suyo. Después de muchos intentos, logra armarse de valor y picar. Y ahí estaba, tan guapa como siempre, sonriendo al verle. El le dio la carta, sonrojados los dos mientras ella la leía lentamente, analizando cada palabra, cada sílaba.
Y entonces se miraron y no hizo falta decir nada mas. En ese momento despertó algo en los corazones de esos pequeños niños, que ni el crecer, ni los años, pudieron llegar a borrar nunca.
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