Abdullah Jinjie era un muchacho que vivía en Meknes una ciudad al norte de Marruecos, situada a 130 Km. de la capital Rabat. Cada día se levantaba a las siete de la mañana, a pesar de tener tan solo quince años, Abdullah ocupaba el cargo de padre de familia. Tenía a su cargo cinco hermanos pequeños y a su madre. Cada día al salir el sol partía hacia las montañas donde tenía un cercado con cincuenta cabras que debía ordeñar y sacar a pastar cada día. Después de ordeñar a su cabra preferida, Abdullah cogía un tazón de leche recién ordeñada y la mezclaba con el pan que le había preparado su madre, y se preparaba para una larga jornada con sus cabras. A la hora de comer se preparaba en la montaña una pequeña fogata para cocinar un plato al que el llamaba “pasadia” que consistía en una cazuela con patatas cebollas y un poco de carne de cordero que llevaba en el zurrón. La única bebida caliente que podía tomar era un vaso de té que se preparaba en la misma fogata. Antes de que oscureciera, recogía a todas sus cabras para llevarlas al corral y poder regresar a casa con su madre y hermanos. Antes de llegar al pueblo ya le salían a recibir los cincos chiquitines que estaban ansiosos por tomar un vaso de leche que cada día les traía Abdullah. Al llegar a casa, su madre ya le tenía preparado un buen plato de sopa que por fin se podía comer sentado en la mesa. Después de cenar, Abdullah, explicaba alguna anécdota del día a sus hermanos, y a dormir. Mañana será otro día.
1 comentario:
Me encanta este relato y cómo está escrito. El final es fantástico, eso de "a dormir. Mañana será otro día".
Muy buena calidad literaria. Sigue así
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