Maria da Visitaçao, mientras veía cómo Herbal acababa de contarle la bonita historia, pensaba en el pintor, en cómo su presencia había seguido a Herbal hasta ahora, en todo lo que el pintor se debió perder, en que nunca vivió una historia de amor para podérsela contar a sus nietos o a cualquier muchacha en una cafetería como estaba haciendo Herbal ahora mismo.
Fue cuando se preguntó si el que hablaba era el pintor o él y fue cuando le preguntó: “¿Y qué fue del pintor? ¿No volvió?” Él, con la mirada perdida, le respondió que no, que no se le había vuelta a aparecer, pero algo en ella le decía que su presencia seguía con el día tras día, recordándole todos aquellos años como puñales clavados en la espalda, en cómo vio marchar a su primer amor, en todas las vidas desperdiciadas que había observado a través de esos ojos vacíos por dentro, y le dio pena, tanto del difunto pintor que seguía vivo dentro de Herbal como del mismísimo Herbal, que nunca volvió a amar a ninguna mujer como lo hizo con Marisa, que lo intentó, pero para él era imposible olvidarse de aquel amor que le permitía seguir adelante cada año y esperar el verano con ansias para volver a ver esa melena rubia, y que aunque él lo negara, algo dentro de él seguía esperando volvérsela a encontrar paseando por las estrechas calles con un abrigo marrón y con el corazón roto.
Herbal se levantó y le tendió aquel lápiz de madera de ébano, ella lo cogió y algo dentro de ella cambió, vio cómo su amigo marchaba por la puerta de aquel bar de prostitutas y no volvía, nunca más lo hizo, y ella a partir de aquel momento empezó a mirar la vida a través de unos ojos que lo veían todo como pequeños trozos de un gigante cuadro de acuarela.
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