
Milo siguió corriendo, escapando de los rusos. Consiguió adentrarse en uno de esos túneles subterráneos y despistarlos. Pero él no conocía ese camino. Cuando vio que no había ruido, parecía más calmado, decidió salir y orientarse de nuevo. Miró a los lados y empezó su camino. Estuvo hasta la noche buscando y decidió no dormir por propia seguridad.
A la mañana siguiente ya estaba en las montañas. Estaba agotado de caminar toda la noche pero debía encontrar a su prima antes de poder descansar. Buscó toda la mañana, preguntando y preguntando hasta dar con ella. Estaba en un pequeño hostal provisional donde llevaban a los heridos. Ella estaba bien, por suerte.
Pasaron veinticinco años viviendo en esa humilde montaña, pero al final Néstor volvió. Al ver lo se dieron un grandioso abrazo, emotivo y sencillo. Todos eran diferentes, Yaruza una mujer hecha y derecha y Milo todo un hombre casado y con un hijo. Estuvo dos mese con ellos pero tuvo que marchar. Fue algo increíble. El reencuentro jamás soñado.
Pero lo mejor fue que Néstor tenía una sorpresa: se llevaba a Milo, Yaruza y a su familia. Vivieron en España el resto de su vida. Y Milo se puso a trabajar como ayudante de periodismo con Néstor, que había heredado el puesto de su jefe, Fernando.
Milo murió a los ochenta y cinco años, por viejo, y vio morir a Nestor. Yaruma aun seguía viva con noventa y un años de edad, pero en un asilo de ancianos. Feliz. Milo también fue feliz, muy feliz.
1 comentario:
Muy buena narración, Alberto.
Publicar un comentario