
Milo se despidió de Néstor en el campo de futbol y volvió al campo de batalla. Siguió saludando a Néstor, ese hombre que le había cambiado la manera de pensar de la gente extranjera, ese que había arriesgado su vida por evitar que acabara fusilado, ese al que había timado un par de veces con la excusa de que tenía que sobrevivir y alimentar a toda su familia, ese… Podría decir mil y una cosas más pero Milo no estaba para pensamientos melancólicos, ahora lo único que importaba era sobrevivir ante la verdadera ofensiva rusa. Ahora que no había periodistas, estaban dispuestos a acabar con todo lo que se les cruzara, fuese del bando que fuese, excepto el suyo, claro. Corrió sin parar hasta que llegó a las montañas. Ya no podía divisar el helicóptero en el que iba Néstor. Lo último que le había dicho fue que viviera por ellos, que disfrutara la vida que a ellos no les tocaba. Subió todo el monte sin cubrir sus espaldas ya que ese era territorio de los independistas tudzbestanos y los rusos no lo conocían del todo bien. Pero de repente, divisó unas tropas a lo lejos. No supo dirigir de qué bando estaban pero por la manera en que caminaban, con esas botas y esa firmeza, estaba seguro que tudzbestanos no eran. Los rusos no habían hecho más que empezar. Registrarían cada milímetro de bosque, cada rincón de ciudad, hasta cada recobijo en el suelo donde únicamente pueden encontrarse algunas ratas o quizás conejos. Les siguió durante un buen rato sin que se dieran cuenta de su presencia, pero dio un paso en falso. Una rama se interpuso en su camino y la chafó creando un ruidoso estrepito. Uno de los soldados se giró e inspeccionó la zona, mientras que los otros dos siguieron la búsqueda hasta que encontraron el refugio de todos los rebeldes. Los rusos se armaron a tiros y los tudzbestanos lucharon con todo lo que tenían a su alcance. Solo tenían que luchar contra dos rusos, la batalla sería fácil pero lo difícil se avecinaba después, cuando las demás tropas, alertadas por los disparos se dirijan hacia ellos. Entonces sí que ya no habría marcha atrás. Mientras la gente salía de sus guaridas con todo lo que podría resultar un arma, Milo se echó a la espalda del soldado, en un momento de desprevisión, y con una navaja que siempre llevaba mano logró dejar muerto al ruso, mientras escapaba para ayudar a su gente. En pocos minutos se hicieron con el control y mataron a los dos soldados armados, pero no les quedarían más de veinte minutos para poder encontrar otro escondite hasta que un ejército más numeroso de rusos entrara en el bosque a hacerse con todas.
Milo, finalmente murió, pero no por un balazo, una paliza o cualquier enfrentamiento de una guerra, sino que murió porque a la edad de 35 años, en esos países en guerras tu cuerpo ya no aguanta más y falleces, pero puedes estar seguro de que no murió arrepentido con la vida que tuvo.
Finalmente, los rusos dominaron el territorio a los dos años de morir Milo, pero ya hacía tiempo que se había perdido la esperanza por recuperar el Tudzbestan que era antes de que la guerra por el petróleo estallara. Los pocos independentistas que lograron sobrevivir, se vieron obligados a exiliarse, mientras que una minoría, se encerró en sus casas hasta que el ambiente se calmara y los rusos fueran más permisivos. Entonces seria cuando saldrían, y volviendo a reunir un poderoso grupo de Tudzbestanos, saldrían a recuperar las tierras que les pertenecen.
2 comentarios:
Alba, es una magnífica redacción. ¿Te das cuenta de que el libro nos acerca muy bien a la realidad de la guerra?
¡CORREGIDO!
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